El Hospital Regional Universitario Jaime Mota, en Barahona, se encuentra hoy en el ojo de dos realidades que parecen transitar en direcciones opuestas.
Por un lado, su directora, María Elena Batista Rivas, asegura que los servicios funcionan con normalidad y que las labores de mantenimiento forman parte de un plan integral para reforzar la calidad asistencial y la seguridad hospitalaria.
En su declaración institucional, el hospital aparece como un espacio en proceso de transformación, con mejoras que buscan dignificar la atención y garantizar condiciones humanas a pacientes y familiares.
Por otro lado, los reportajes difundidos en medios nacionales retratan un escenario muy distinto: baños pestilentes, basura biomédica expuesta, desechos en los pasillos, paredes deterioradas, goteras que reciben a los pacientes en Emergencia y, quizás lo más indignante, trabajos de pintura realizados en medio de la atención médica, obligando a enfermos y envejecientes a respirar solventes en lugar de oxígeno limpio.
La contradicción es evidente. Mientras desde la dirección se presenta una narrativa de orden y progreso, la realidad que muestran las imágenes y testimonios es la de un hospital que lucha contra el descuido y la insalubridad.
No se trata únicamente de la precariedad estructural, sino de fallas graves en la supervisión básica: ¿cómo justificar que en un área de observación se pinten paredes al lado de pacientes encamados? ¿cómo explicar que los desechos quirúrgicos terminen en el suelo o que los baños carezcan de condiciones mínimas de higiene?
Una cosa es trabajar en adecuaciones para dignificar el hospital, y otra muy distinta es hacerlo a costa de la salud de los pacientes.
Un plan de mantenimiento responsable jamás debe ejecutarse sobre los cuerpos enfermos ni exponerlos a químicos tóxicos, basura acumulada o espacios sin agua ni limpieza.
Lo correcto —y lo urgente— no es presentar discursos optimistas, sino garantizar que el hospital funcione en lo esencial: higiene, seguridad, trato humano y condiciones dignas.
El Jaime Mota, como hospital regional universitario y centro de referencia del Suroeste, no puede darse el lujo de normalizar la insalubridad ni de pedir resignación a quienes, en su vulnerabilidad, no tienen otra opción que acudir allí.
La población no exige un hospital perfecto, pero sí uno mínimamente seguro, limpio y organizado.
Lo primero es poner orden en lo inmediato: supervisión estricta, gestión adecuada de desechos, limpieza constante y planificación que evite exponer a los pacientes a riesgos adicionales.
Solo entonces podrá hablarse de un verdadero plan de transformación y de una atención que honre la dignidad de la salud en la región.